lunes, 10 de agosto de 2015

"Queremos un coro" Primera Parte. La historia de la creación del Orfeón de Graus



Manel Borguñó Pla
El diario La Tarde publicó este artículo del profesor Manel Borguñó Pla, dividido en dos partes. La primera parte fue publicada el 25 de mayo de 1950 dentro de la sección "Jueves musicales de La Tarde", y es la que hoy vamos a reproducir.
El profesor Borguñó regresó de la Guerra contra Marruecos con una extrañas fiebres. Los médicos de Barcelona le aconsejaron un cambio de clima en algún lugar del Pirineo. El pueblo de montaña que Manel Borguñó y su mujer Merçe seleccionaron para retirarse por una temporada fue Graus. En este artículo el maestro nos cuenta cual fue la reacción del pueblo a su llegada. Es la historia de un lindo pueblo alejado de las grandes urbes y que sueña con tener un coro "lo mejor de lo mejor".

En mi humilde opinión, dentro del mundo coral y la historia del canto en España, este articulo de mi tío-abuelo no tiene desperdicio. Siempre decía que el no servía para las letras y que lo suyo era la música. Pero el maestro Borguñó en esta historia en dos partes, nos describe a la perfección como eran los pueblos españoles y sus gentes a principio del siglo 20. Esperamos que sea de vuestro agrado.

QUEREMOS UN CORO

Pequeña historia en dos partes

Por Manuel Borguñó

Primera Parte

En una gran ciudad cuyas playas son acariciadas por un mar perennemente azul, un joven músico, inclinado por innata disposición a especializarse en la dirección de coros, al regreso de un viaje al país africano, sintiéndose de repente, atacado por unas fiebres. Los médicos de aquel músico le aconsejaron que buscara refugio en una lejana población situada en los márgenes de un río montañés desde el cual se vislumbra, a discreta lejanía, un maravilloso panorama de montes nimbados de nieves eternas.

Como en lo que voy a contar hay una mescolanza de fantasía y de autentica realidad, empiezo por acreditar lo primero, intitulando está población con el romántico nombre de Orfelia.

La Orfelia de este artículo de Manel Borguñó, es el lindo pueblo de Graus.
Esta es una de las postales que el maestro conservó de recuerdo

Orfelia era una población pequeña, alegre y simpática, de escasamente tres mil habitantes, cordial y bullanguera, de una cultura superior a la que cabría esperar en aquellos lejanos y recónditos parajes, pues ocurrió que a los pocos días de haberse instalado nuestro músico en un confortable hotel de la localidad, se enteraron los vecinos de la  especialidad artística que cultivaba el recién llegado. Compositor, a la sazón de unas cancioncillas lo suficientemente mediocres para que aceptadas por la moda como buenas, le produjeran pingues beneficios. Y considerando los orfelineses un deber ineludible el de aprovechar la ocasión que el azar les brindaba para utilizar sus servicios en bien de la comunidad, decidieron visitarle en corporación.

Lo hicieron un domingo por la tarde mientras el colega de Orfeo, digería placidamente su ágape en el café público situado en los bajos del hotel. Hechas las presentaciones de rigor, un caballero de luenga barba y porte respetable, que resultó ser el señor maestro y presidente del casino "de arriba", pronunció estas palabras:

- Querido profesor, queremos un coro y sabemos que Usted nos lo puede dar. ¿Acepta la propuesta?

- Hombre, según... pues hay coros y... coros- exclamó balbuceando el pobre músico, altamente sorprendido.

- Es que queremos lo mejor de lo mejor- repuso el señor maestro.

- Yo no se lo que entienden ustedes por lo mejor de lo mejor.

-  Por favor joven profesor. Yo tengo mis ribetes de aficionado y en mis buenos tiempos había formado y dirigido alguno que otro corrillo y la cosa no iba del todo mal. Aún podré ayudarle, si como esperamos, acepta nuestra proposición.

- ¿Lo quieren de voces mixtas o de hombres solos?

- Si mi colaboración ha de ser de alguna utilidad, será de hombres solos. Aquí somos ante todo, buenos cristianos. Lo que importa es elevar cada día mas el nivel social y moral de los obreros orfelinses.

Boguñó fue protagonista en 1916 de la portada
de la revista Arte Musical gracias al éxito
de su composición "Viva Aragón"
Un poco amoscado el músico y más dispuesto y sereno, quiso ponerles a prueba, y recordó que en su maleta guardaba una colección de curiosos programas de distintas clases de coros debidamente calificados. Así lo indicó a los visitantes que pidieron verlos.

Subió a su habitación y tras unos momentos de espera apareció el joven músico con un álbum del que  extrajo el primer programa de la colección, en cuya primera cara aparecía un emocionante fotograbado. En él, un centenar de coristas cantaban cobijados bajo la sombra de un frondoso árbol, en mangas de camisa y en plan de sano humorismo. De su indumentaria capilar pendían numerosos ramitos de laurel y tomillo, luciendo en sus orejas sendos claveles. Detrás, en el centro del grupo, robustos coristas sostenían sobre su hombro derecho, los colosales atributos del coro: una parrilla, una sartén, una cuchara y un tenedor. En el fondo, a la izquierda, veíase una llamarante hoguera que caldeaba un descomunal puchero. Parece ser que, en el momento de ser sorprendidos por la máquina fotográfica, Se hallaban en plena "elocubración artística", pues unos "tragueaban", mientras los más cantaban sosteniendo en la mano, a guisa de trofeo, apetitosas chuletas.

El almibarado y barbudo señor maestro y a la par presidente del Casino  de "Arriba", secó los cristales de sus gafas, las aplicó a la punta de la nariz y a medida que miraba y leía el programa movía la cabeza diciendo: "No, no, esto no es para nosotros, usted joven, no nos conoce, somos gente seria".

He aquí, lo que leyó el pobre maestro: "Coro de la Sartén". Gran concierto gastronómico-campestre. Y en la página siguiente iniciaban el programa las obras siguientes. "Canto a la Luna" con música del "Vals de las olas", "Camilla se casa" con música de "La Viuda alegre", etc. No quiso el señor maestro saber más y  despectivamente, paso el programa a sus acompañantes. Más, a algunos no le desagradó la perspectiva y aunque no se atrevieron a exteriorizar sus reacciones, no pudieron delatar que el semblante les delatara, lo cual hizo que el señor maestro, antes de que desmoralizaran a los demás, les aguara el entusiasmo recordándoles que ellos habían quedado en organizar, lo mejor de lo mejor en el arte coral, no en el culinario.

Desechada, muy a pesar de la mayoría, la organización de un coro similar, el joven músico les enseñó la segunda muestra de coro, este más musical y menos gastronómico. En el fotograbado de este modelo aparecían otro centenar de coristas, en actitud arrogante, luciendo traje dominguero, una rosa en el ojal, el dedo pulgar en el chaleco y la otra mano en el bolsillo del pantalón. En el fondo una bandera y en ella se leía entre sus pliegues, con letras bordadas en oro: "Coro del Pensil". Este coro no llamó la atención, pues era demasiado reciente la profunda impresión producida por el primero.

Inmediatamente el músico extrajo de su álbum el programa del tercer coro modélico, tambien centenario de cantores, los cuales iban ataviados sobriamente, en actitud natural y sencilla de cantar, reunidos alrededor de un bonito estandarte rematado por una lira. Los numerosos trofeos ganados por este coro no dejaban ver claramente la fecha de su fundación de la que solamente se veían los tres primeros números" 186 y se leía malamente entre cintas y medallas una inscripción: "La Lira Moderna". No obstante, a pesar del título y de llevar el programa una fecha reciente (1914), el repertorio era el mismo que 60 o 70 años atrás. Es decir, se trataba de uno de tantos coros que el café, el billar y el tresillo han fosilizado y que todavía hoy, sigue cantando, poco más o menos, lo mismo que entonces, actuando esporádicamente con obstinada discontinuidad, del cual existen todavía curiosos ejemplares en todas las ciudades españolas.

Sin embargo al señor maestro, le cayó bien y entregó el prospecto a sus compañeros reomendándolo como modelo de coro que el Casino de "Arriba" había de imitar.

Mas, no habían tenido todavía tiempo de examinarlo cuando del álbum del joven profesor resbaló un opusculo magníficamente editado. Era el resumen anual de la labor realizada por un gran Orfeón.

Esta es una de las postales enviadas desde Graus a la familia de Barcelona
Lo abrió el pusilámine señor maestro y vio en la primera página un hermoso fotograbado. Se trataba de un nutrido coro mixto Hombres y mujeres debidamente distribuidos en varios grupos o secciones, formaban un conjunto de bella y variada homogeneidad. Lo pasaron de mano en mano y el señor maestro pudo oir como unos jóvenes en voz alta exclamaban: -"Buenas hembras, ¿eh?" - Entonces un señor alto de buena presencia que hasta entonces había permanecido silencioso, tomó la palabra y espetó un elocuente discurso pretendiendo demostrar que aquel modelo era el que habían que imitar los orfelinenses. Entre tanto el señor maestro decía obstinadamente, no con la cabeza. Fueron recabadas otras opiniones y acabaron hablando todos a la vez sin que los puñetazos en la mesa ni la formidable dialectica del sabio señor maestro pudiera dominar el tumulto.

Unos afirmaban que las chuletas y el vino son dos excelentes estimulantes de la inspiración artística. Otros decían que el vino y el canto son desde la antigua Grecia compañeros inseparables y que aquel, con este aumentaba de graduación. Los jóvenes con escandalosos guiños que ruborizaban al maestro, abogaban por la participación del "bello sexo" en el coro. Los de más allá, decían que las mujeres acabarían por enredar todo y acabarían conduciéndolos como corderillos hacia donde ellas quisieran.

Algunos, y entre ellos el señor maestro, decían que el sitio propio para solozarse a la mujer era la cocina y la iglesia y que fuera de este reducido ámbito, su intervención es de todo punto peligrosa para la sociedad. Unos despreocupados, con objeto de enredar más el cotarro y meter más ruido, daban la razón a todos los bandos, y el pobre músico que era el único que tenía derecho a hablar, no podía meter baza. Cada vez que lo intentó, nadie le hizo caso.

Para descargar su turbia cabeza y descansar de aquel estrépito, se fue al mostrador a pedirle un refresco a la robusta mujer del hotelero. Esta le dijo al oído: -"Joven, hágame caso a mi, ponga mujeres en el coro, Si usted consigue que entren una docena de mujeres tendrá a todos los hombres del pueblo detrás. Los hombres son unos títeres que no hacen más que lo que nosotras queremos. ¿No lo sabía esto usted?"- Si claro, contestó el músico medio atontado.

El desdichado acabó por tomar la decisión de huir, pero cuando se hallaba justo a la puerta de la calle se sintió solidamente agarrado por el brazo y conducido otra vez a su silla. Poco a poco se recuperó el silencio inicial y le pidieron su opinión.

Esta es una de las postales de Graus
que el maestro conservo y nunca envió
a nadie. Borguñó fue un gran admirador
de un hijo de Graus, Joaquín Costa, 
El pedagogo canoro de marras fue siempre un hombre aturdido, de reacciones muy lentas y de palabra torpe. No es que fuera tonto, pero aveces lo parecía. Abstraído y amnésico por naturaleza, cuando hablaba o no le salía nada de lo que se proponía decir, o le salía demasiado. De temperamento poco efusivo, pero excesivamente comunicativo y cordial, siempre sentía más preocupación por lo que había dicho que por lo que tenia que decir Por fin habló: - "Señores han estado ustedes perdiendo el tiempo el que ha de escoger la clase de coro que quiero dirigir soy yo. Un coro nutrido en una población como esta, no puede ser exclusivamente del Casino de "Arriba" ni del de "Abajo", si no de todo el pueblo, sin excluir a las mujeres ya que ellas son la sal y pimienta de la sociedad . Si ellas...." Al llegar aquí fue interrumpido por estentóreos hurras y ensordecedores aplausos. Cuando estos terminaron, el músico había olvidado lo que iba a decir. Se suscitó la cuestión del local para los ensayos y como alguien propusiera uno con café billar, tresillo y demás diversiones suplementarias, el músico que a pesar de su juventud era ducho en la psicología de los cantores, afirmó que por lo general, el café mataba al coro, si el coro no mataba antes al café. Bastó que la simpática mujer del hotelero le insinuara a su marido que para los ensayos cediera la platea del teatro de su propiedad y único en la  villa, para que el joven músico accediera.

Añadamos para terminar que el domingo siguiente acudió todo el pueblo al teatro para escuchar la palabra del joven músico y que se inscribieron para el coro mas de 100 mujeres y cerca de 150 hombres. Fueron declarados útiles el 85 por ciento y que el coro en sus breves años de existencia -pues no se podía esperar que el músico sacrificara allí enteramente la suya- se llenó de gloria y fue considerado por a crítica musical de los grandes centros urbanos que visitó, como una de las masa corales mixtas mas prestigiosas y perfectas de su época.

Por si la experiencia puede algún día ser de alguna utilidad al arte coral, en una segunda parte explicaremos cómo y por qué el músico logró tamaño éxito.

FIN PRIMERA PARTE

La historia de un sueño que, todo un pueblo unido, hizo realidad.


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