martes, 1 de diciembre de 2015

"Diabolus in Musica" de Manuel Borguñó.- Primera parte.


El periódico "La Tarde" publicó uno de los escritos mas entrañables del pedagogo Manuel Borguñó titulado "Diabolus in Musica". El escrito fue dividido en tres partes que fueron publicados dentro de la sección del periódico llamada "Jueves musicales de La Tarde" del mes de abril de 1950. Dicha sección estaba a cargo del Instituto Musical de Pedagogía, cuyo fundador y director era Manuel Borguñó. Cada jueves "La Tarde" publicaba una página dedicada en exclusiva a la música con noticias y artículos musicales escritas por el propio Instituto Musical de Pedagogía.

En el articulo de hoy, nos complace compartir la primera parte de "Diabolus in Musica" que fue publicada por "La Tarde" el jueves 13 de abril de 1950.

"DIABOLUS IN MUSICA"

(EL DIABLO EN LA MUSICA)

Por Manuel Borguñó

Primera Parte

COMO LOS MONJES ECHARON DE LA MUSICA AL DIABLO

No se alarme el lector profano en el arte de los sonidos. No voy a adentrarme en los vericuetos de la erudición hablándoles en demasía del intrincado y complicadisimo sistema de "solmización" en uso hasta el siglo XVII y que en la Edad Media equivaldría a lo que ahora denominamos solfeo.

Mala treta jugó el diablo a los buenos y sencillos monjes de aquellos siglos metiendo-les en la cabeza que la nota "si", séptimo grado de la escala musical, era una estratagema de Bencebú y que con ella este se habia introducido en la música. Por esta causa denominaron al "si", "diabolus in música".

En efecto, cualquier principiante en el estudio del solfeo puede observar que el "si" es, en cierto modo, un intruso en el orden tonal y que en relación a su cuarta inferior suena rudamente a los oídos poco ejercitados.

Ahora bien, ¿qué hicieron aquellos monjes para librar a la música de tan desagradable huésped?. Muy sencillo, suprimieron el entrometido "si" y redujeron la escala musical a las seis primeras notas: "do", "re", "mi", "fa", "sol" y "la".

Cuando tenían que subir por encima del "la", ¿qué hacían?. Lo mismo que hacen los obreros cuando una escalera no alcanza la altura en la cual deben trabajar, si no tienen otra mayor: atan una segunda escalera a un punto determinado de la primera, de acuerdo con la altura que desean alcanzar. Pues bien, exactamente lo mismo hicieron aquellos monjes con la lectura musical. Con un esfuerzo mental digno de mejor causa "soldaban" al "sol" la nota "do", la cual pasaba a ser ambas cosas, o sea, además de "sol" se convertía en el primer grado de una nueva escala de seis sonidos colocados a mayor altura, de lo que resultaba que el "la" era un "re", el peligroso "si" un "mi" y así sucesivamente.

Teóricamente suprimían el "si", pero prácticamente lo ejecutaban, con lo cual, de todos modos, facilitaban considerablemente la eliminación del "tritono", o sea, de los tres tonos que contiene el intervalo "fa-si", causa principal de este extravagante y absurdo revoltijo. Ello obligó a los monjes a construir un sistema basado en tres escalas de seis notas, convenientemente soldadas entre sí, a alturas diferentes, con lo cual convirtieron el estudio de la música en un intrincadísimo rompecabezas. Como ahora con el sin fin de cosas desatinadas consagradas por la rutina, que resignadamente, queramos o no hemos de tolerar muchos teóricos, durante siglos condenaron por absurdo el sistema de las mudanzas, pero nada consiguieron. Lo que acabó con el disparatado sistema fue una causa de fuerza mayor. Ahora lo vamos a ver.

EL DIABLO SUELTO

Cuando en el citado siglo XVII sobrevino la época instrumental hubo necesidad de dar a la gráfica de los sonidos una extensión representativa adecuada al ámbito de los instrumentos y, por fin, el diabólico "si" fue aceptado en la lectura musical y adoptado el sistema actual basado en escalas superpuestas de siete sonidos, quedando desde entonces automáticamente suprimido el laberíntico procedimiento de las "soldaduras".

Pero ocurrió que la inclusión del demoníaco "si" en la escala musical coincidió con el inicio de una lamentable relajación del canto gregoriano y un progresivo renunciamiento a la polifonía vocal religiosa. No un diablo, sino miles, millones de astutos diablillos se introdujeron fraudulentamente en la música religiosa, y por lo visto, tan a gusto se instalaron en ella, que cuando en los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, gracias a la noble acción restauradora del canto gregoriano y de la polifonía vocal en el culto, se les quiso arrojar de la misma, opusieron titánica resistencia en abandonar su presa, procurándose de forma hipócrita, la complicidad de numerosos sacerdotes, monjes y multitud de fieles que de buena fe se habían a costumbrado a la música churrigueresca, ramplona y bailotera, de todo punto irreverente. A ellos, sin duda por culpa que la costumbre crea la ley, se les antojaba la mas propia para alabar a Dios.


PARADOJAS E INCONGRUENCIAS

Asusta ver como la incongruencia y la rutina se adueñaron del control de la inmensa mayoría de las actividades, neutralizando la sensibilidad estñetica de millones de inteligencias, en otro aspecto realmente privilegiadas.

En los balbuceos de la Restauración del canto gregoriano y de la polifonia vocal religiosa era yo niño de coro de la célebre Escolanía de Montserrat, desde donde pude constatar, de cerca, las reacciones de los buenos padres benedictinos, sobre todo de los ancianos. La mayoría de ellos eran unos apasionados por la músiquilla insustancial y mediocre que invadía el templo, producto lógico de una demencia que había ya descendido los últimos eslabones de la degradación artística.

Por aquella época Felipe Pedrell "descubría" al gran príncipe de la polifonía religiosa del siglo XVI, Tomás Luis Victoria, habiendo publicado sus obras en Alemania. Por su parte el director y auténtico reformador de la citada escolanía, Padre Manuel Guzmán, había publicado las obras del gran polifonista valenciano Juan Bautista Gomez, y Montserrat se había convertido en el baluarte español tal vez mas importante de la Restauración, a pesar de lo cual, se ejecutaba con frecuencia un Rosario plagado de valses, mazurcas, polkas, e incluso schotis saturados del más típico caracter verbenero. A esto le pòdía seguir una Salve en dónde predominaba el mas puro y riguroso estilo polifónico.

Tengo todavia bien presentes las protestas de desagrado de un simpático monje octogenario, que por otra parte era un santo varón, cuando al preguntarnos lo que íbamos a cantar, le anunciábamos un canto polifónico. Por el contrario, su gran satisfacción cuando se le informaba que iba a oir su música favorita, la misma que a mi por lo menos, me sirvió mas adelante para inspirarme en la improvisación de toda suerte de bailes en las fiestas familiares a las cuales era invitado.

Pues bien, si en Montserrat (el Santo Grial de la música en Cataluña, en dónde el diablo ya entonces se movía a través de la Música con no pocas restricciones que coartaban su libertad de acción) ocurría con frecuencia el caso paradójico que acabo de citar, imaginémonos lo que, en consecuencia, sucedería en los demás templos (salvando las excepciones), en cuya mayoría no se hacia otra música que la inspirada a los compositores por las legiones de diablillos que les incitaban a confundir el texto de un Ava María con la última zarzuela en boga.

EL TRIUNFO PARCIAL DEL "MOTU PROPRIO"

Por fortuna las disposiciones iniciales del Papa León XIII, primero y, sobre todo, la promulgación del "Motu Proprio" por el Sumo Pontífice Pío X, después lograron arrojar de la música muchas legiones de diablillos, muy especialmente en los países donde más intensamente se fomentó la cultura musical religiosa. Publicándose importantes revistas de música sacra destinadas a procurar la creación de un ambiente propicio y de un repertorio que facilitara el cumplimiento de las normas establecidas en el citado "Moto Proprio", con lo cual se extendió considerablemente el culto a la polifonía vocal y al canto gregoriano en los monasterios, seminarios, catedrales y parroquias.

Instituyéndose en muchos obispados Juntas Censoras encargadas de purificar el repertorio religioso y muchas asociaciones fomentaron en importantes ciudades la participación del pueblo en la liturgia musical cristiana.

Llegó un momento en el que todo hacía esperar que bien pronto la cultura musical religiosa se generalizaría y barrería definitivamente del templo la música irreverente y banal.

Pero el triunfo del "Motu Proprio" fue solamente parcial. El astuto Lucifer no se dio, ni se da, por vencido y se vale de toda suerte de añagazas para restarle importancia al culto y poner obstáculos a las disposiciones de los Sumos Pontífices.

En otro artículo sobre el mismo tema veremos como el "si" que tanto dio quehacer a los monjes de la Edad Media era un infeliz e insignificante bribonzuelo comparado con los millares de diablillos que de una manera solapada e incluso "científica", se introducen hoy en el templo a través de la música, enfriando los fervores y los optimismos de los más conspicuos propagadores del canto gregoriano y de la polifonía vocal religiosa.

No olvidemos que no en vano el diablo tiene hoy unos siglos más de experiencia.

FIN PRIMERA PARTE

Continuará,... aunque a este señor no le guste el final.

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