jueves, 3 de diciembre de 2015

"Diabolus in Musica" de Manuel Borguñó.- Tercera Parte y última


La tercera y última parte de esta serie de artículos del pedagogo Borguñó dedicados a las fechorias del diablo en el mundo de la música, fue publicado el 11 de mayo de 1950 dentro de la sección "Jueves musicales de La Tarde".

"DIABOLUS IN MUSICA"

(EL DIABLO EN LA MUSICA)

Por Manuel Borguñó

Tercera Parte y última

LA PARTICIPACION DEL PUEBLO EN EL CANTO LITURGICO

En las sabias disposiciones del "Motuo Proprio" hay dos factores fundamentales que no se refieren a los compositores sino a los ejecutantes. Son estos: primero, la participación del pueblo en la liturgia musical cristiana; segundo, la interpretación decorosa del canto, lo mismo el gregoriano que el polifónico, los cuales, con el canto popular religioso, pariente próximo del gregoriano, son los únicos admitidos preceptivamente en el templo.

En este aspecto del problema, de índole esencialmente social, el diablo, para la consecución de sus propósitos perturbadores, tropieza con pocas dificultades, pues si sus aliados más pertinaces en los músicos exclusivamente eruditos y técnicos, son la vanidad expresiva, en la interpretación del canto gregoriano y del polifónico. El cornudo personaje cuenta con el concurso infalible de la ignorancia y la rutina, cuyo señorío están vasto y dilatado que de su nefasta influencia apenas se libran algunas reducidas zonas integradas por monasterios, seminarios y comunidades religiosas dedicadas a la enseñanza, estas por cierto, en muy limitada proporción.


Mas, por fortuna, en estas zonas se hallan irondiosos oasis, aunque también proporcionalmente escasos, en donde los melómanos de la liturgia sagrada pueden satisfacer plenamente su sed de arte, de belleza y de fervor cristiano. Sed, y mucha, es la que siente el amante del arte musical litúrgico que no puede saciarla en ninguno de estos privilegiados centros de cultura religiosa. Fuera de estos lugares, hoy el canto gregoriano se canta como se cantó en los tiempos, no muy lejanos, de la decadencia.

La restauración popular gregoriana, propiamente dicha, alcanzó su auge en el primer tercio del siglo XX. En numerosas ciudades existieron asociaciones que fomentaron el culto popular al canto gregoriano y era cosa corriente oir notables conjuntos corales integrados algunos por millares de creyentes, cuyas interpretaciones alcanzaban un grado inenarrable de fervor y grandiosidad.

Pero los tristes borrascosos acontecimientos que todos hemos presenciado y cuyas consecuencias venimos sufriendo, han borrado o disminuido en un grado alarmante las actividades gregorianas de carácter popular. Hoy, exceptuando a las instituciones religiosas antes mencionadas, el fomento del canto gregoriano ha sufrido un enorme descenso.

El diablo, pues, está de enhorabuena. Nada lo demuestra tanto como el hecho repetido con frecuencia de interpretaciones afortunadas, por excepción, pasan inadvertidas de la inmensa mayoría de los fieles. Saturados para "in eternum" de rutina y chabacanería, por lo general, no aprecian ni aciertan a distinguir lo vulgar de lo sublime.

En efecto, el canto litúrgico, o es cantado como tan elocuentemente lo decía San Agustín "con voz suave y bien modulada", o no es más que una incoherente declamación cantada.

Así ocurre en 990 casos entre 1000, y dudo que este mas o menos aproximado porcentaje (probablemente optimista en relación con la realidad) le cause grave preocupación al diablo, el cual sabe bien que, por ahora, en la inmensa mayoría de los actos religiosos donde se canta gregoriano, "sobre todo en los entierros" tiene la partida totalmente ganada. Pero es de esperar que la bondad infinita de Dios misericordioso debe revelarse, muy especialmente, en esta hora suprema para el inanimado protagonista y que no debe tener en cuenta la desdichada melopea, sino solamente el texto litúrgico.

BUENAS CARTAS PARA EL DIABLO

Mención aparte requieren los actos religiosos de carácter estrictamente popular que se efectúan dentro o fuera del templo, los cuales constituyen un verdadero espejo de la cultura religiosa de un país y, por reflejo, de su cultura general. A este respecto creo oportuno la reproducción de algunos de los párrafos de mi libro "Educación Musical Escolar y Popular", publicado bajo los auspicios del Instituto Musical de Pedagogía de Santa Cruz de Tenerife:

"Es muy corriente, sobre todo en los países meridionales, oir como en los actos públicos, en los desfiles e incluso en las profesiones, no se canta sino que se vocea. Así mismo en los templos, salvando bellas excepciones, lo que generalmente se oye, no es la voz vibrante del ser humano que exalta la sublime grandeza del Todopoderoso, ni el canto del alma recogida y confiada en la infinita Misericordia de Dios, sino el sonsonete o griterío propio de la rutina y de la incongruencia. En una palabra, no se venera con el canto al Divino Creador, sino que por el contrario e inconscientemente, se le ofende. Es, por consiguiente, misión de los Ministros de Dios recomendar a los fieles unción y ponderación en el canto, pues es condición fundamental de todos los pueblos cultos poner ante todo el Arte y la Belleza al servicio de la Religión. En vigor, todos podemos hacer Educación Musical. Los sacerdotes en su sagrada esfera de acción, los padres procurando que sus hijos asistan a los conciertos y se familiaricen con la música selecta que las emisoras de radio sirven al público, los maestros impidiendo que sus alumnos griten en vez de cantar, etc."

En suma, ¿por qué no decirlo?. Mucho podría hacerse en esta rama del arte musical con muy poco esfuerzo, si existiera por doquier un verdadero espíritu religioso de superación cultural popular. Nada más fácil de estimular en el pueblo, el sentimiento de la perfección artística y de la belleza procurando dotarle, en las procesiones y actos públicos religiosos de un repertorio sencillo, artística mente adecuado a su capacidad de de comprensión, la cual no es ni mucho menos, limitada como muchos creen. Repertorio que, afortunadamente, hoy existe con bastante profusión.

En esta tarea que podía realizarse a través de las escuelas y colegios de toda la Nación, como es natural, no deberían faltar la colaboración y la ayuda de las corporaciones y elementos oficiales. No debe olvidarse que el pueblo es sumamente sensible a la belleza y a la emoción artística, cuando la ve reflejada en los actos públicos tradicionales en los cuales participa y admira.

Sin embargo es de suponer por lo que afecta a este importante matiz de la cultura popular religiosa, el diablo tiene sobrados motivos para permanecer tranquilo y feliz, pues no se observan, al menos por ahora, síntomas de que las cosas cambien de como son y de dónde están. Pero es indudable que una campaña favorable a la educación musical religiosa sería de gran eficacia y de fácil realización. Las asociaciones católicas de toda España, afortunadamente cada día más pujantes e influyentes, podrían darle en este sentido un gran disgusto al diablo, si realmente se lo propusieran. Pero mucho me temo que el poderoso ejército de diablillos encargados de mantener el sopor reinante en esta modalidad cultural y religiosa, pueden sestear tranquilamente. Al parecer, ya supone el diablo que nuestra civilización sigue su ruta hacia un mundo singularmente exotérico en el que los artistas no tendremos otra alternativa que buscar refugio en el parapeto de un mostrador o en la tarima de un cabaret.

PARADOJICAS ANOMALIAS


De todos es sabido que en España hay un buen número de excelentes coros que interpretan a plena conciencia las más famosas obras clásicas y modernas del arte coral y que nuestra nación en esta rama del arte ocupa un lugar distinguido en el mundo internacional. Ello hace más sorprendente y lamentable el hecho de que el buen ejemplo no haya cundido y que los cantores de la inmensa mayoría de catedrales, basílicas e iglesias parroquiales cifren su mayor orgullo en atronar con el volumen de su voz, las naves y bóvedas de los templos donde actúan.


En efecto, se ve por doquier numerosas capillas y coros que, de poseer el lógico sentido de una cierta autenticidad artística, podrían ir moldeando poco a poco, el buen gusto de la masa de fieles que les escucha y tolera. Les bastarías para ello recurrir a las numerosas antologías y obras clásicas y modernas publicadas, de estilo simple que se hallan al alcance de todos los coros integrados por cantores de buena voluntad conscientes de su sagrada y culta misión. Téngase presente que casi siempre la máxima belleza es compañera inseparable de la sencillez.

Pero la gran mayoría de coros y capillas, en vez de interpretar las obras que por su categoría y posibilidades técnicas les corresponden, prefieren satisfacer el inocente y vano prurito de aumentar de forma ilusoria su categoría, ejecutando des templadamente las obras más famosas y de mayor envergadura que les llegan a las manos. Ignoran que la palabra "difícil" carece de sentido para los que se atreven incoherentemente con todo, ya que incluso una buena ejecución de lo fácil requiere un apreciable esfuerzo de superación que desgraciadamente estos coros no acostumbran a realizar, con lo cual no hacen otra cosa que servir inconscientemente al diablo en sus pérfidas maquinaciones encaminadas a mantener el verdadero arte religioso alejado del templo. De esta forma solo se prolonga la ignorancia y la servidumbre del pueblo español de forma indefinida. Que así es, puede comprobarse en las escasas zonas de la nación donde los elementos directivos responsables no descuidan esta importantísima faceta de la cultura popular religiosa y, también, en aquellas otras donde el pueblo ha seguido fielmente las huellas de una bella tradición artística vernacular.


Afortunadamente la sensibilidad artística no se halla monopolizada por ninguna clase social determinada. Es una cuestión de hábito, de costumbre, es decir, de cultura. En una palabra: un pueblo es lo que sus dirigentes quieren que sea. Lo difícil es que estos se pongan de acuerdo, pero cuando se realice el milagro y logren entenderse,... albricias !!!. Será entonces que la cultura será salvada y el diablo que también juega fuerte, más bien fortísimo, en la descomposición y relajamiento de la música profana moderna, se verá forzado a reintegrarse a sus propios dominios, en los cuales nada tiene que hacer el divino Orfeo.

Manuel Borguñó Pla

FIN DEL TERCER Y ULTIMO CAPITULO

Magister, Peritus, Doctor et Expertus: Manuel Borguñó



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.